LOS LAVADEROS DE VIVER


Viver cuenta con dos lavaderos, el del Pontón y el de las Eras Altas, además de un lugar con estructura para ello en la acequia de la Fuente de la Teja, que se utilizó también durante años con este fin, así como la acequia de la Calle Serrallo, que durante mucho tiempo contó con la inigualable estampa de Encarnita, alegre y saludadora, arrodillada y frotando la ropa con jabón casero sobre una tabla de lavar.



El del Pontón está emplazado en el manantial y la partida que lleva su nombre, junto a las instalaciones de la depuradora municipal, en el extremo meridional del núcleo urbano. La acequia continúa hacia la balsa del mismo nombre para, posteriormente, llegar al Barranco Hurón, no sin antes aprovecharse para el riego.



El de las Eras Altas, junto con el Partidor del Sábado, es un antiguo lavadero restaurado en 2007 y todavía en uso por algunas vecinas en la actualidad. En el recinto se observa el partidor del riego del Sábado. El agua que recorre este lavadero procede de la finca de los Martínez.



La cultura del aprovechamiento del agua se manifiesta en estas estructuras de lavaderos públicos de finales del siglo XIX, construidos entre los años 1820 y 1830. Se solían ubicar en los pueblos más grandes, donde acudían las mujeres cargadas con la ropa para lavar. Posteriormente, todos los pueblos, por pequeños que fueran, aspiraban a tener el suyo propio.



Supusieron un gran avance en la tarea de lavar la ropa antes de que hubiese agua corriente en las casas, siendo un alivio para las mujeres, que eran las encargadas de realizar esta labor. Era un trabajo duro, ya que acarreaban la ropa sucia en baldes o cestas, lavaban agachadas o arrodilladas frente al lavadero, acequia o balsa, frotando con jabón, aclarando la ropa y, posteriormente, tendiéndola para su secado, ya fuera en el mismo lavadero o de vuelta a casa, con el peso añadido de la ropa mojada.



El jabón artesano era imprescindible para lavar la ropa, una auténtica cultura del aprovechamiento, puesto que para elaborarlo se utilizaba ceniza y grasas animales o vegetales recicladas. Con el tiempo, la sosa cáustica sustituyó a la ceniza.



Sin embargo, aunque la lavadora se inventó en el año 1901, no llegó a los hogares de los pueblos hasta los años setenta. Fue entonces cuando los lavaderos quedaron poco a poco en desuso, persistiendo como una importante y valiosa muestra de construcción rural digna de visitar, no solo por su interés arquitectónico, sino también por su valor histórico y antropológico. Fueron verdaderos lugares de encuentro y socialización de las mujeres en los pueblos, testigos de multitud de relatos contados, vivencias compartidas, risas, lamentos y confidencias íntimas a lo largo del tiempo en el que se desarrolló esta actividad.



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